Por Jeana Lee Tahnk
El amor que tengo por mis hijos va más allá de lo incondicional. Es eterno, incuestionable e intenso, y es un amor que continúa creciendo con cada día que pasa. Por supuesto, cuando nacieron mis bebés y finalmente pude ver sus caritas rojas y sucias, fui picada por el bichito del amor. ¿Quién no? Fueron mi creación (con ayuda) y estuvieron dentro de mí durante casi un año.
Pero no experimenté esa sensación de amor a primera vista de la que hablan algunas mamás. La mía fue más una emoción del tipo Te amo porque estabas dentro mío , pero la intensidad de ese amor la he cultivado a lo largo de los años.
Cada nueva mamá lo experimenta de forma diferente. Algunas crean ese vínculo de por vida desde el primer día, mientras que a otras les lleva un poco más de tiempo. Para mí, ese nivel de amor con todos mis hijos definitivamente creció a medida que aumentaba el nivel de interacción. Los nuevos padres están enfocados en dar, dar, dar, y los recién nacidos están felices de recibir, recibir y recibir. Y con razón, ya que es poco lo que pueden hacer por sí mismos al comienzo de la vida, y la confianza en mamá y papá para poder transitar todas las etapas alimenta el proceso de vinculación, desde ambos lados. Poco a poco, la interacción comienza a crecer, y esas primeras sonrisas, las primeras risitas y el primer reconocimiento de mí como "mamá" sellaron el pacto para mí.
Lo mejor de este vínculo cada vez mayor es que, a medida que los niños crecen, comienzas a verte en ellos. Y ellos en ti. Dejando de lado las características físicas, puedes tener el mismo sentido del humor, compartir rasgos de personalidad similares, e incluso compartir el amor por el helado de chocolate con menta, como es mi caso. El vínculo se fortalece con esos lazos comunes y al ver a cómo se convierten en niños maravillosos, curiosos, divertidos y cariñosos.
He estado unida a mis bebés desde el momento en que nacieron, pero ese vínculo se ha fortalecido cada día que he sido su madre. Por fortuna.